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miércoles, 24 de febrero de 2010

Los culés sufren para empatar (1-1)

El aficionado azulgrana puede estar contento del empate cosechado ayer en el Mercedes-Benz Arena. Sobre todo por la pasividad con la que el más de un millar de seguidores culés se tomaron el partido, algo que afectó, sin lugar a dudas, a sus ídolos. Sólo Ibrahimovic a los 52 minutos logró despertar de un sopor —mezcla de miedo y falta de fútbol— a los seguidores que se desplazaron hasta Sttugart.



La ilusión por revivir tiempos de gloria no tan lejanos aumentó en los 1.275 aficionados al pasar por los tornos de vigilancia del Mercedes-Benz Arena, un estadio con formato de solapa de sombrero. El pitido inicial dio confianza a los aficionados campeones de Europa pero el mazazo no pudo ser más fuerte.

La hinchada rival sabía que su equipo era una revolución de la antigua cenicienta de Champions. Ahora es un coco y los hinchas catalanes no tardaron en percatarse. La fiesta de la grada de enfrente era inmensa, lo que llevó en volandas al once alemán que disputaba el balón sobre el césped. Y así llegó el primer pinchazo en el orgullo del azulgrana número 12. El gol que marcó Cacau en el minuto 24, tras una jugada colectiva. Otra vez la grada de enfrente se desgañitaba frente al sepulcral silencio en las butacas españolas. Una clara imagen de los primeros 45 minutos. El Stuttgart era una fiesta. El Barça un funeral.

En la segunda mitad la mente del incondicional del Barcelona despertó. Tal vez avivado por el trago en el descanso o por el afán de volver a casa con una sonrisa. El caso es que a los 52 minutos, cuando la grada visitante llevaba 7 minutos pugnando por apagar el fervor alemán, Ibrahimovic batió a Lemhann, tras un rechace. La otra cara de la moneda llegó al Mercedes-Benz Arena. El Barça era la fiesta y el Stuttgart el funeral, y astiado por los graves errores del árbitro, al que más de uno quería comerse. Sin embargo, el panorama de la grada no se manifestó en el campo. El equipo de Pep Guardiola siguió sin ideas, aunque con el calor de los 1.275 hinchas incondicionales. El Stuttgart siguió con un juego rápido y vertical, con hambre y fuerza. Igual que en la grada opositora a la catalana.

Con el pitido final, dos versiones en la hinchada española: una de decepción, por el juego ofrecido por su equipo, ‘mes que un club’ que no lo fue ayer. En cuanto el cerebro despertó la lógica perversa de la matemática y una pequeña autocomplacencia invadió a estos seguidores. El gol de Ibra daba medio pase en un terreno claramente hostil al fútbol del visitante. Una irónica satisfacción.

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